En un apartado pueblo llanero vivió un escritor quien en vida no llegó a gozar casi de ninguna fama. Nunca ganó ningún premio y los escasos escritos que llegó a publicar, mucho por su insistencia más por su dinero, poco fue lo que se dieron a conocer. Eso sí, su familia y amigos siempre le fueron incondicionales. Leían sus trabajos con avidez y continuamente le animaban a seguir escribiendo. Siempre le aplaudieron y le celebraron como a un gran escritor.
Él día que murió, sus parientes, colocaron en su lápida la siguiente inscripción: “Aquí yace el mejor escritor del mundo”.
Pasado el tiempo las personas que visitaban el pueblo, muchas de ellas atraídas por el creciente rumor de que ahí se encontraba enterrado un adalid de la palabra escrita, iban al cementerio, leían la inscripción en la lápida y curiosos corrían a buscar en la librería del pueblo los libros del que era considerado “el mejor escritor del mundo”.
Tal fue el revuelo que se produjo que fue necesario imprimir nuevas y mejores ediciones, incluso muchas de ellas llegaron a contar con prólogos de importantes personalidades.
La tumba del escritor se convirtió en un lugar de culto, tanto para los amantes de las letras como para los turistas que viajaban hasta allá sólo para retratarse en ella.
La fecha de su nacimiento fue decretada por el gobierno regional como día feriado y se celebraba en él la entrega un premio literario que llevaba el nombre del “mejor escritor del mundo”. Con el pasar del tiempo este premio colmó de mucho prestigio al pueblo y a sus gobernantes.
La familia de este escritor, sus parientes y descendientes, ahora son muy felices por el gran reconocimiento del que goza en la actualidad (aunque sea póstumo) su querido familiar y por las rentas y dividendos que produce la comercialización de sus obras.
Él día que murió, sus parientes, colocaron en su lápida la siguiente inscripción: “Aquí yace el mejor escritor del mundo”.
Pasado el tiempo las personas que visitaban el pueblo, muchas de ellas atraídas por el creciente rumor de que ahí se encontraba enterrado un adalid de la palabra escrita, iban al cementerio, leían la inscripción en la lápida y curiosos corrían a buscar en la librería del pueblo los libros del que era considerado “el mejor escritor del mundo”.
Tal fue el revuelo que se produjo que fue necesario imprimir nuevas y mejores ediciones, incluso muchas de ellas llegaron a contar con prólogos de importantes personalidades.
La tumba del escritor se convirtió en un lugar de culto, tanto para los amantes de las letras como para los turistas que viajaban hasta allá sólo para retratarse en ella.
La fecha de su nacimiento fue decretada por el gobierno regional como día feriado y se celebraba en él la entrega un premio literario que llevaba el nombre del “mejor escritor del mundo”. Con el pasar del tiempo este premio colmó de mucho prestigio al pueblo y a sus gobernantes.
La familia de este escritor, sus parientes y descendientes, ahora son muy felices por el gran reconocimiento del que goza en la actualidad (aunque sea póstumo) su querido familiar y por las rentas y dividendos que produce la comercialización de sus obras.
CARLOS G. B.
1 comentario:
siempre logras representar la esencia de tus historias con las imágenes perfectas..me gusta!
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