Me gusta la luz, siempre me ha gustado. Por Altamira hacia el Ávila, alrededor de las cinco de la tarde, la luz es prístina y se fragmenta entre las hojas de los árboles que abundan por la ruta. En cada época del año se muestra diferente.
Cuando camino hacia el poniente me da en los ojos y así la puedo ver directamente cuando viene hacia mi; creo que puedo hacerlo sin cerrar los ojos porque los tengo hundidos. ¿Por eso los tendré hundidos? Quien sabe, probablemente toda esta entelequia, sólo sea un capricho de los genes.
CARLOS G. B.
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