sábado, 1 de noviembre de 2008

LA MUJER SERPIENTE

Tras de cada mujer va su serpiente.
Eugenio Montejo

Yo podría mostrarle la belleza oculta detrás de lo pequeño, pero soy un mal comunicador. Podría decirle lo que ella despierta en mí, pero no me atrevo. La observo cuando llega, ya casi en la noche. La veo agotada arrastrar los brazos y más allá del izquierdo, el maletín cargado de papeles que siempre tira tras de sí. Lo mejor de todo, cuando entra, cambio de ventana y le veo esa mancha amarilla en su nuca serpentina, mancha que no puedo describir porque oculta tras su cabello y por el cuello de su blusa, nunca se muestra completa. Sólo la imagino y en eso se me va el mundo.
Los ojos rasgados y ese andar vacilante me hacen pensar que está satisfecha y busca echarse a digerir la presa que seguro devoró ese mismo día. La sueño enroscada en su nido, lenta, cadenciosa, misteriosa, rodeada de osamentas desconocidas, pretéritas.
He pensado en escribirle un par de poemas para dejárselos en su zigzagueante camino pero no se ve mujer de sucumbir con tales ardides. A lo mejor con un poemario completo, quizás, sólo con una palabra; pero ¿cuál?
Me maravilla cuando asoma la lengua entre los labios, como si al hacerlo percibiera la proximidad del mundo. Temo el hecho factible de atravesarme en su paso porque siento que pudiese no ser atractivo para su apetito. Sufro con la impresión de no ser su tipo de alimento favorito. La sola idea de pensar que eso sea así, destroza mi ego, por eso prefiero no confrontar la verdad. Escojo eludir un encuentro y escondo detrás de mis cortinas las ganas de ser devorado por la mujer serpiente.
Cuando veo desaparecer su cola afilada y sonajera por la puerta que da a las escaleras corro a mi último refugio de obsesionado mamífero, ese donde a través de una ventana redonda puedo ver el juego de sombras que me transporta imaginariamente a su vientre hinchado donde en sueños soy yo quien es digerido por sus jugos gástricos para terminar disgregado en finitas moléculas que recorrerán todo su cuerpo. En ese momento pienso que mi vida y su vida son una sola.
Ella apaga la luz, cesan las sombras y yo caigo de rodillas a contar las horas que faltan para la próxima noche, mientras sigo soñando con su hambre de depredadora perfecta.


CARLOS G. B.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Década dijo...

Otro que me encantó! que pasión!!