Ella era bellísima. De pronto y en un salto se acercó a la baranda de palos que delimitaba la casa del guarda parques de Sabas Nieves y como le quedaba por la cintura o quizás un poco más alto, colocó uno de sus pies en ella y sujetándolo por la punta aproximó su tronco sobre su pierna recién elevada a modo de estiramiento, tal y como lo hacen las bailarinas. La escena era hermosa. Un extraño se separó de su banco y ubicándose detrás de ella, muy cerca, colocó sus manos en su espalda y cintura presionando hacia abajo, a lo que ella respondió con una sonrisa. La tomaba y la sostenía, la animaba y lo mejor, le hablaba muy cerca del oído, por encima del hombro. Todo esto, claro, bajo el asombro de los presentes.
CARLOS G. B.
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