lunes, 27 de octubre de 2008

EL TOBOGÁN DE LA VIDA



Sonó el timbre, dejando el libro en la mesa junto al sillón, de inmediato se levantó a ver quien era. Al abrir la puerta, un resplandor solar se encendió en la cara interna de sus párpados. De inmediato sintió en sus labios, algo blando y carnoso que lo estremeció. Una transparente oleada de bienestar y alegría se expandió por todo su ser. Acosado por esa invisible energía, su corazón exaltado, redobló su pulsar. La sangre, con inusitado empuje, esparcía aquella sensación por toda su economía. Comenzó a respirar profundo y rápido. Toda esa intensa experiencia, por curioso que parezca, le era familiar. De pronto, en un instante, el mismo en que sintió deslizar dos brazos como cálidas sábanas alrededor de su cuello, disfrutó una vez más de aquella remota sensación de felicidad casi perdida en su memoria, un vacío en donde sólo se percibe un prurito extraño en el estomago y la lengua termina adormecida.
Un almizcle femenino penetró por su nariz, despertando algo que llevaba mucho tiempo dormido. Una sutil sensación de presión, muy adentro en su pantalón, desusada para él a su edad y en su momento, lo saturó de inquietante placer. Sentir aquellos dos senos aterrizar en su pecho, provocó que por instintito, la tomara por la cintura y con sus brazos, todavía fuertes, la sujetara hasta lograr amoldar su contorno de hembra a su cuerpo de varón.
Pero… ¿Quién era esa mujer?
Sus labios se quedaron en los suyos por un rato hecho de segundos, suficientes para que sus dos respiraciones se mezclaran en una sola, como antaño lo hicieran. El sabor de su saliva le gustaba. Con sus manos palpó su rostro, ávido de ella, sus labios, la cuenca de sus ojos, sus orejas, su cabello. Había signos de madurez que no recordaba. Un lunar se presentó en la yema de sus dedos como un hito del pasado.
En su cabeza quebrada, hace algún tiempo que se derramó el recuerdo, necesario hoy para explicar lo que estaba sucediéndole. Comprendió que alguna vez amó, o quizás, aún lo hiciese. Algo tremendo vivió con esa mujer que le tocó a la puerta esa mañana, de ello estaba seguro.
Al aceptar la situación, sin pronunciar palabra o gemido alguno, la mujer se apartó. Lo último que recogió en ella, fue una gota pequeña y viscosa; la probó y era salada. Percibió que dio tres pasos hacia atrás, giró y continuó con un rápido andar que cada vez se escuchaba más lejano, hasta que dejó de escucharse. Se alejó para siempre. Quiso llamarla, pero tuvo la impresión de que igual, no iba a responder; tampoco supo cómo hacerlo.
Cerró la puerta y tomando la misma ruta empapada de rutina que ha caminado por tantos años, volvió al amable sillón que lo soporta día tras día. No pudo retomar la lectura, sus manos no paraban de temblar. No podía tomar el libro, mucho menos podía tantear esas interminables líneas de puntos que durante cada jornada lo trasportaban lejos de la penumbra habitual en la que se había convertido su vida y de la que por unos instantes había conseguido escapar, esta vez, de manera material.
Algo en él lloraba, aún así se sintió feliz por aquellos minutos de emoción, que como un relámpago, le recordaron que estaba vivo y que por decadente que pareciera su vida, ésta no había cesado aún el impredecible descenso por aquello que metafóricamente daba por nombrar, “el tobogán de la vida”.
CARLOS G. B.

4 comentarios:

Década dijo...
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Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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