viernes, 31 de octubre de 2008

COQUITOS


Anteayer encontré un coquito. Lo vi por casualidad, inmóvil en la pared. Era rechoncho y verde, se le veían los ojos y tenía dos antenitas que permanecían muy quietas. No evocó en mi el impulso súbito de aplastarlo con el zapato o de espantarlo, en cambio me dieron ganas de dejarlo en paz, tranquilo. Sentí su compañía.
Ayer, para mi asombro, encontré otro coquito. Atemporal, se encontraba detrás de la pantalla de la lámpara con forma de cucurucho. Posaba extático sus seis patitas en la pared. Lo vi de reojo y me fijé en él. Era diferente porque era otro. Daba la apariencia de ser un bichito místico, de contextura estilizada, por fuera asemejaba estar cubierto con un manto marrón, curtido y austero. Era más pequeño que el otro y de igual forma dejaba ver sus ojos negros que increíblemente, irradiaban confianza. Nunca antes había visto bichos en mi casa y menos coquitos como estos. Se me ocurrió ir a por el gordito verde pero ya no estaba. ¿A dónde fue? No lo sé… Tampoco puedo imaginar como desapareció, pues todo estaba cerrado. Tuve la impresión de haber sido visitado por hadas.
Hoy, llegando a mi casa, encontré todo limpio. Pasé el dedo por la mesa y no había nada de polvo, el piso brillaba y mi ropa, limpia y quieta, colgaba del tendedero. Hasta la cama estaba hecha. La casa, además de limpia, olía muy bien. Otra vez tuve la sensación de haber sido visitado por hadas.
Mañana, al llegar cansado de la calle y de muchas cosas más, al abrir la puerta que marca el umbral de mi casa y antes de encender la luz, veré dos lucecitas volando erráticas en la penumbra. Encenderé la luz y no veré más nada que la realidad. La volveré a apagar y no veré nada, sólo oscuridad.
Sólo en ese momento, convencido diré, estoy siendo visitado por las hadas.

jueves, 30 de octubre de 2008

SE QUE EL AMOR NO EXISTE


Sé que el amor
no existe
y sé también
que te amo.


Darío Jaramillo Agudelo

martes, 28 de octubre de 2008

AMORES IMPOSIBLES


Todos los amores imposibles son eternos
El tiempo no los toca
Y no existen traiciones entre los amores imposibles
Amo con toda intensidad, amo sin límites
A cada uno de mis amores imposibles.
A veces el olor del café trastoca el orden de los años
Y voy a dar a la madrugada
De un resplandor que a mi me alumbra
O de pronto la voz de Janis Joplin
Me ensarta en una noche cítrica,
De alambre,
La noche del hechizo,
Puede ser una forma precisa de merecerse el viento entre los árboles
Y la danza del cuerpo,
La eterna danza de un cuerpo eterno
Entre la eterna danza de la brisa.
Los eternos amores imposibles
No se tocan, no se cruzan, no pueden verse entre si,
No existen los celos entre los amores imposibles,
Son perfectos los amores imposibles.

Jaime Jaramillo Agudelo.

¿ENAMORADO?


Trataré de expresar mi sentir estirando un poco las palabras, sólo un poco. Será un ejercicio literario o mejor aún, el calentamiento de un sentimiento que necesita ejercitarse.


Cuando no termino de acostumbrarme a tu ausencia así pasen unas horas o muchos días y mis ojos, cuando cierran ven tu rostro grabado por dentro de los parpados, evitando con celo que escape de tu imagen y cada minuto que pasa, forma parte de una imaginaria e interminable cuenta regresiva. ¿Es qué te extraño?


Cuando cada neurotransmisor liberado en mi cabeza lleva tras de si la excitación manifiesta del placer evocado por ti en mi memoria y mi piel, más sensible, se percata hasta del paso detenido de la brisa en tu cabello el día que te diste la vuelta para marcharte. ¿Es qué me gustas?


Cuando la conciencia se confunde con la ilusión de forma indivisible y vuela indistintamente hacia el pasado o hacia el futuro y el presente pasa a ser sólo una milésima fracción de tiempo que se detiene cuando estoy contigo y que siempre me lleva al día que te besé con la misma sonrisa que desde entonces, regalada, no guarda lo que oculto, porque entiende que ahora no es mío, ahora es tuyo y si pudiera (y creo que puedo) lo guardara en una botella de cristal junto a todo lo bello que existe, a la explicación del universo y a un par de alas con plumas para volar, te lo diera y te viera sonreír; me pregunto, ver mi felicidad reflejada en tus ojos inmensos de color indescifrable, ¿No es quererte?
Si la respuesta es si, te extraño, me gustas y te quiero.
Si la respuesta es si, entonces estoy enamorado.
En cierta forma..



CARLOS G. B.

ENTRE AFORISMOS Y DIAFORESIS


“No confíes mucho en las palabras porque ellas
son producto de nuestra propia imperfección”
Eugenio Montejo

Cada vez que la voz del panelista se resquebrajaba temblorosa al tiempo que aludía, con ejemplos, la generosidad y nobleza del póstumo homenajeado, del público comenzaban a elevarse en forma aleatoria algunas cabecitas buscando alguna lágrima o algún mohín que satisficiese su morbo.
Sin restarle importancia a las palabras, todos nos sentimos cerca, todos nos sentimos humanos llorando en silencio a nuestro muerto en el calor insufrible de aquel salón de la universidad central.




CARLOS G. B.

SAPIENCIA


Kiki Patiño (K.K.) nos recuerda a la caricia de los ocho dedos, alias 8 dedos. Me acerqué a su mesa y le pedí un cigarro a lo que respondió afirmativamente con una sonrisa – claro –. Tomó la cajetilla del hombre que estaba a su lado (obviando la suya) y sacó el cigarro. Mi primera bocanada fue profunda.

Más tarde, en un oscuro rincón, abrazándola la tranqué. Ejercí la presión suficiente, no para ahogarla, si para que me sintiera y nunca con la laxitud del abrazo indiferente. No tenía salida. Su histeria estaba atrapada.
CARLOS G. B.

CREACIÓN


Después de continuas contracciones filosóficas viene el parto de las ideas, abstractas por definición. Concretarlas es criarlas y eso lleva tiempo y requiere mimo. Abducía mientras sorbía un café sentado de espaldas al sol del poniente, pensando que había descubierto el agua tibia. De inmediato sonreí.


CARLOS G. B.

lunes, 27 de octubre de 2008

OBLIGADOS


- Dispense usted por ser un estorbo pero inequívocamente estoy hecho de materia y ocupo un lugar en este universo, mismo qué, por razones que ni usted ni yo logramos entender estamos obligados a compartir -. Le respondí categórico a mi propia alma.


CARLOS G. B.

ELLA ERA BELLISIMA


Ella era bellísima. De pronto y en un salto se acercó a la baranda de palos que delimitaba la casa del guarda parques de Sabas Nieves y como le quedaba por la cintura o quizás un poco más alto, colocó uno de sus pies en ella y sujetándolo por la punta aproximó su tronco sobre su pierna recién elevada a modo de estiramiento, tal y como lo hacen las bailarinas. La escena era hermosa. Un extraño se separó de su banco y ubicándose detrás de ella, muy cerca, colocó sus manos en su espalda y cintura presionando hacia abajo, a lo que ella respondió con una sonrisa. La tomaba y la sostenía, la animaba y lo mejor, le hablaba muy cerca del oído, por encima del hombro. Todo esto, claro, bajo el asombro de los presentes.


CARLOS G. B.

LAS PUERTAS


Fue el maestro quien abrió las puertas. Primero abrió las ventanas y dejó entrar la luz.

Ahora, las puertas están abiertas.
CARLOS G. B.

CREMA CHANTILLY


Siempre que llego a una casa abro la nevera. No marco distinciones. La mayoría de las veces paso desapercibido, aún así, he sido señalado con el dedo acusador de metiche, salido, liso, intrépido y algunos otros epítetos de similar tenor. La información que obtengo e incluso, las necesidades que satisfago al abrir una nevera superan todos los riesgos y prejuicios.


También he conocido gentes dispares, diferentes pensares, horizontes en los siete planos y diferentes casas. Estas observaciones me han permitido establecer una directa correlación entre ambos aspectos y así, obtener algunas conclusiones.


Cuando abras una nevera y veas en alguno de los anaqueles de la puerta, crema chantilly en spray, sal corriendo de inmediato y sin voltear hacia atrás. Hazlo, antes de que sea demasiado tarde.
CARLOS G. B.

TRES POEMAS


La fui acechando hasta la curva que ahora llamo del amor, última curva antes de la subida del diablo; ahí fue donde la abordé mostrándole los tres papelitos que horas antes doblé con elegancia y que esa misma tarde, había decidido hacérselos llegar. Ya eran muchos los días qué, en la galería, había permanecido como un espectador discreto ante sus caderas.


Su primera reacción fue de susto, luego sintió curiosidad, me presenté y juntos continuamos el camino por aquella subida que dan por llamar, “del diablo”. Le dije que Jesús había estado en la India, me dijo que era judía. No insistí en el tema. Una vez arriba, en Sabas Nieves, le leí los tres poemas y pude ver en sus ojos el reflejo del agrado que le ocasioné y ese dejo de felicidad que ya he aprendido a reconocer. Pasamos la tarde conociéndonos. Una vez abajo, en la calle, me pidió los tres poemas, le dije que eran suyos y se los di. La suerte estaba clara, no la volví a ver jamás.


CARLOS G. B.

EL PANORAMA ES DESOLADOR


El panorama es desolador. Nunca nadie, entenderá nada.

CARLOS G. B.

PATAROCK


La palabra pataruca tiene su origen en la gallina pataruca, un concepto del campo que aquí en la ciudad toma un sentido algo chovinista, refiriéndose a cierta clase de mujer susceptible a ser seducida con facilidad, al menos, en la fantasía erótica del seductor. Hace ya algún tiempo, un eminente explorador ruso, casualmente, llegó a esta tierra, donde aprendió la palabra. La pronunciaba, ратаяяuс. Su eterno peregrinar lo desplazó hacia el norte, donde con el tiempo la palabra que había viajado con él, derivó en patarock, que es como se la conoce en el mundo anglosajón. Su significado sigue siendo el mismo.
CARLOS G. B.

LA ESCUELA TEXANA DE JAZZ


Escuchaba una vieja grabación de la escuela texana de jazz.
Iba para algún lugar, no recuerdo para donde.
CARLOS G. B.

EL CUENTA CUENTOS


Hace algún tiempo un escritor, inspirado en los enciclopedistas franceses y aupado por su ego, pretendió escribir sobre todo lo existente. Para lograr tan exigente obra, se organizó. Empezó por prepararse siguiendo las diferentes áreas del conocimiento humano; como era un excelente autodidacta, esto no se le hizo difícil.
Consciente de que tan magna empresa le tomaría tiempo, no se dejó amilanar y día tras día leía numerosísimos y diversos libros y tratados, tomando anotaciones en diferentes libretas, las cuales clasificaba por áreas de conocimiento, por temas, por apartados, y según la importancia que él mismo le confería a su contenido, como de primera prioridad, segunda prioridad, tercera, cuarta y así hasta la vigésimo quinta.
Una noche concluyó su trabajo investigativo, convencido de que ya era hora de sentarse a escribir su obra máxima. Sus barbas, que le llegaban hasta el pecho, se habían blanqueado y su cuerpo se había curvado ligeramente, hacia delante, por lo que después de observar las miles de libretas, acumuladas en cientos de pilotes que llegaban hasta el techo, decidió tomarse un descanso.
Al final no escribió nada. Se dedicó a compartir con su familia y sus amigos, a quienes había abandonado durante todos aquellos años de tan ardua preparación. Era reconocido por todos como un magnifico cuenta cuentos. De todo sabía y siempre de cualquier cosa, algo tenía que decir.
CARLOS G. B.

TUFO


Hoy es de esos pocos momentos en los que puedo catar mi propio tufo. A mis narices resulta imperceptible la gran mayoría de los días pero hoy no y es que tiene su origen en un tipo de sudor que es muy copioso, el que te visita caudaloso cuando la fiebre te abandona. No es fuerte, es seco y cortante. Definitivamente no es empalagoso.

CARLOS G. B.

EL TOBOGÁN DE LA VIDA



Sonó el timbre, dejando el libro en la mesa junto al sillón, de inmediato se levantó a ver quien era. Al abrir la puerta, un resplandor solar se encendió en la cara interna de sus párpados. De inmediato sintió en sus labios, algo blando y carnoso que lo estremeció. Una transparente oleada de bienestar y alegría se expandió por todo su ser. Acosado por esa invisible energía, su corazón exaltado, redobló su pulsar. La sangre, con inusitado empuje, esparcía aquella sensación por toda su economía. Comenzó a respirar profundo y rápido. Toda esa intensa experiencia, por curioso que parezca, le era familiar. De pronto, en un instante, el mismo en que sintió deslizar dos brazos como cálidas sábanas alrededor de su cuello, disfrutó una vez más de aquella remota sensación de felicidad casi perdida en su memoria, un vacío en donde sólo se percibe un prurito extraño en el estomago y la lengua termina adormecida.
Un almizcle femenino penetró por su nariz, despertando algo que llevaba mucho tiempo dormido. Una sutil sensación de presión, muy adentro en su pantalón, desusada para él a su edad y en su momento, lo saturó de inquietante placer. Sentir aquellos dos senos aterrizar en su pecho, provocó que por instintito, la tomara por la cintura y con sus brazos, todavía fuertes, la sujetara hasta lograr amoldar su contorno de hembra a su cuerpo de varón.
Pero… ¿Quién era esa mujer?
Sus labios se quedaron en los suyos por un rato hecho de segundos, suficientes para que sus dos respiraciones se mezclaran en una sola, como antaño lo hicieran. El sabor de su saliva le gustaba. Con sus manos palpó su rostro, ávido de ella, sus labios, la cuenca de sus ojos, sus orejas, su cabello. Había signos de madurez que no recordaba. Un lunar se presentó en la yema de sus dedos como un hito del pasado.
En su cabeza quebrada, hace algún tiempo que se derramó el recuerdo, necesario hoy para explicar lo que estaba sucediéndole. Comprendió que alguna vez amó, o quizás, aún lo hiciese. Algo tremendo vivió con esa mujer que le tocó a la puerta esa mañana, de ello estaba seguro.
Al aceptar la situación, sin pronunciar palabra o gemido alguno, la mujer se apartó. Lo último que recogió en ella, fue una gota pequeña y viscosa; la probó y era salada. Percibió que dio tres pasos hacia atrás, giró y continuó con un rápido andar que cada vez se escuchaba más lejano, hasta que dejó de escucharse. Se alejó para siempre. Quiso llamarla, pero tuvo la impresión de que igual, no iba a responder; tampoco supo cómo hacerlo.
Cerró la puerta y tomando la misma ruta empapada de rutina que ha caminado por tantos años, volvió al amable sillón que lo soporta día tras día. No pudo retomar la lectura, sus manos no paraban de temblar. No podía tomar el libro, mucho menos podía tantear esas interminables líneas de puntos que durante cada jornada lo trasportaban lejos de la penumbra habitual en la que se había convertido su vida y de la que por unos instantes había conseguido escapar, esta vez, de manera material.
Algo en él lloraba, aún así se sintió feliz por aquellos minutos de emoción, que como un relámpago, le recordaron que estaba vivo y que por decadente que pareciera su vida, ésta no había cesado aún el impredecible descenso por aquello que metafóricamente daba por nombrar, “el tobogán de la vida”.
CARLOS G. B.

EL PAPIRO DEL DESEO


En una de tantas noches de sueño frágil, dando vueltas sin saber que hacer, topé con una hoja de papel. Era una de esas que utilizaría para escribir alguna carta de amor, cuando las escribía y perfumaba...
Blanca y transparente, virgen por sus dos caras, se encontraba doblada por la mitad. Posaba sus bordes sobre una mesa redonda de frío mármol. Con su cúspide hacia arriba y sus laderas en declive, daba un aire a tienda de campaña de tela blanca, a un circo blanco, a la casa blanca de un escritor de papel. Sin duda, era mucho más...
Tan pronto la vi, arrastró mi atención. Cautivo de mi curiosidad, no pude contenerme y frente a ella me senté. Intrigado, la observé todo los minutos que quise.
Al tiempo, obligado por las ganas, sobre su erguido vértice supremo, con suavidad, coloqué mi dedo, ese que utilizo para descubrir y mimar el sitio mágico que dispara el húmedo placer en aquellas mujeres que saben del arte de dejarse amar.
Presionándola hacia abajo y sobre la superficie de la mesa, al sentir mi fuerza se dejó dominar, y sensual cedió con prestancia, lo que produjo en mí una excitante sensación que me estremeció. Me alteraba la forma en que su cuerpo se curvaba al tiempo que la tocaba.
Sus dos pendientes, al separarse una de otra, resbalaron en silencio sobre la leve superficie del mármol, abriéndose lentamente, tal y como lo harían las piernas firmes y sutiles de una hermosa bailarina vestida de blanco.
No perdió su estampa, mucho menos su apariencia. Solo se extendió espléndida en la mesa, ofreciendo dos concavidades simétricas, que seductoras, me observaban desde abajo. Lo que más me afiebraba, era cuando me daba a entender que su delicada voluptuosidad, su gozo, era para mí y por mí. Esa era su virtud.
Su centro, el ápice por donde doblaba soportando la presión controlada de mi lujurioso dedo, se mantuvo erecto y turgente, ligeramente elevado. Cuando lo solté, ascendió desafiante. Llegué a pensar, que en un lance fascinador, me estaba incitando a jugar con ella, pidiéndome que la tocara más y más veces.
Eso hice.
Mi dedo se paseó por ella de un lado a otro, una y otra vez. Sentí su fuerza y a la vez su fragilidad.
Pasé a hacer lo mismo con mi barbilla y luego con mis labios. Al acercar mi boca a su blanquísima desnudez, la hice temblar con mi aliento y eso me exaltó.
Cimbrada, jugó entre mis dedos. Mis labios entreabiertos la recorrieron. Llegué hasta besarla y por un instante, a sabiendas que podía hacerle daño, la rocé con la punta de mi lengua.
Graciosa, se dejó dominar, dando la impresión de haber disfrutado toda la vela, tanto como lo hice yo. Esa noche gocé inmensamente con ella, por lo que perdí el sentido del tiempo, cayendo rendido al placido sueño que deja olvidado el placer, cuando se va.
A la mañana siguiente, mi albo papiro del deseo, mudo de palabras escritas, ya no estaba en ningún lugar. Aquella blanca hoja de papel fue mujer y tuve sexo con ella.
Jamás la olvidé.
CARLOS G. B.