Se dice de Don Alonso de Quijano que muy al principio de sus correrías, probablemente después del encuentro con los gigantes o con los molinos, según se vea, desistió de continuar en sus andanzas. Los golpes y magulladuras que recibió ese día lo impulsaron a tomar tal decisión; también las repetidas monsergas del señor Panza quien todavía no estaba muy convencido de la incipiente aventura, le sedujeron a desandar el camino.
Pensó que lo mejor sería regresar a su casa y llevar una vida sosegada al lado de Aldonza Lorenzo quien seguro cuidaría de él, si no por amor, sí por interés. Se dedicaría a la administración de su hacienda y los domingos jugaría al mus con sus amigos, el cura y el barbero.
«¿Qué hace un gentilhombre viejo y enclenque como yo enredado en estos apuros?» Pensaba camino a Puerto Lápice, al lomo de su desvencijado jumento.
Hoy por todos es sabido que si no hubiese sido por la férrea disciplina con la plumilla del que llaman el manco de Lepanto, Don Alonso no hubiese continuado, nunca hubiese llegado a ser lo que hoy es y peor aún, nunca hubiese visto realizados sus sueños.
Pensó que lo mejor sería regresar a su casa y llevar una vida sosegada al lado de Aldonza Lorenzo quien seguro cuidaría de él, si no por amor, sí por interés. Se dedicaría a la administración de su hacienda y los domingos jugaría al mus con sus amigos, el cura y el barbero.
«¿Qué hace un gentilhombre viejo y enclenque como yo enredado en estos apuros?» Pensaba camino a Puerto Lápice, al lomo de su desvencijado jumento.
Hoy por todos es sabido que si no hubiese sido por la férrea disciplina con la plumilla del que llaman el manco de Lepanto, Don Alonso no hubiese continuado, nunca hubiese llegado a ser lo que hoy es y peor aún, nunca hubiese visto realizados sus sueños.
CARLOS G. B.
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