lunes, 5 de octubre de 2009

CLARISSA Y EL CLARO DE LUZ


Ocurrieron cambios fenomenales, la tierra dejó de girar. No se que historias con una súper nova muy próxima al sistema solar y un cuento con la materia oscura que hicieron que esto, lo impensable, sucediera. Al principio se formó un gran desbarajuste. Dependiendo de cual o tal región del planeta habitaras, te tocaba vivir en una eterna noche o un eterno día. A mi me tocó vivir en un eterno amanecer. Los vientos y las mareas se vieron fuertemente alterados, las aves migratorias al principio lo pasaron muy mal, no soportaban la desorientación, las ballenas, en fin, todo bicho viviente sufrió en mayor o menor grado. En el lado oscuro hubo crisis con las cosechas y hubiese ocurrido una gran catástrofe si los del lado iluminado no hubiesen compartido sus excedentes. De hecho se dio un cambio de raíz en la perspectiva que tenían las personas del planeta y su relación con la vida en él. Pronto nos dimos cuenta que o colaborábamos entre todos y con el planeta o pereceríamos. Comprendimos lo frágiles que éramos en el universo y creo que por primera vez en la historia, la humanidad entendió lo que significa la verdadera fraternidad. El intercambio fue asombroso, recursos, tecnología, energía, de manera tal que se homogenizaron las condiciones en todo el globo en cuanto a demografía, calidad de vida, etc. Los animales y las plantas (salvo las del lado oscuro) también se adaptaron y se expandió rápidamente por todo el orbe una contagiosa sensación de optimismo y solidaridad que impregnó toda actividad humana, marcando un cambio tremendo en el estilo de vida de todos cuantos vivíamos para ese entonces. Todo ello coincidió con el asentamiento de la era de acuario.
Inmediatamente ocurrido el hecho y una vez adaptados (proceso que fue menos traumático de lo que se pensó al inicio), los genios empezaron a ver como le hacían para mejorar un poco la monotonía que significaría vivir siempre en la misma hora del día. Después de algunos años y con la participación de incontables personas y sociedades tecno-científicas instalaron un colosal espejo en el espacio, mismo que pusieron a girar en orbita a la misma velocidad que lo hacía la tierra antes de detenerse. El efecto era el siguiente: mientras estaba frente al lado iluminado, ocultaba al sol de manera de recrear una noche artificial; decíamos, no se tapará el sol con un dedo pero si con un espejo. Y cuando se ubicaba del lado oscuro, reflejaba la luz del sol y así se conseguía el efecto contrario, dibujar un día en la otra mitad; para ello el lado reflector del espejo siempre miraba a la tierra. Por supuesto, nunca fueron las noches o los días como los conocimos antes pero el invento funcionó increíblemente bien. Por ejemplo, los que vivíamos del lado iluminado nunca más vimos a las estrellas, teníamos que viajar al otro lado para verlas. Detalle menor para todo lo que había sucedido y todo lo que se había logrado.
En el lado iluminado, en raras ocasiones, ocurría que algún empecinado meteorito escapaba de los rayos láser que protegían el espejo perforándolo, creándose un claro de luz en la noche de mentira. Fue en uno de esos claros de luz donde conocí a Clarissa. Era una noche extraña en la que no podía dormir así que decidí dar una vuelta cerca de casa. La calle se mostraba vacía; era un día de semana cualquiera por lo que asumí que la gente se encontraba en sus respectivos hogares dedicándose a lo que cada quien hace en su casa. Caminé por una acera que me condujo a un parquecito que se veía bastante oscuro así como toda la calle alrededor y es que se había ido la luz por la zona y sin estrellas ni luna pues todo estaba doblemente oscuro. Entré al parque y me arrellané en un banco de madera mientras me abotonaba la chaqueta ya que sentí algo de frío. Relajado, dejé que mi mente volara y mientras planeaba sobre el mar como buscando algo, no se, quizás una isla o algo donde aterrizar, un haz de luz, como venido de un reflector gigante, bajó del cielo iluminando una área de no más de 200 mts². Y allí estaba ella, sentada en otro banco a mi derecha. Sin decir nada y después de confirmar con la cabeza que no había más nadie cerca nos quedamos mirándonos a los ojos al tiempo que ella sonreía.
Nunca he perdido la fe en el hecho de esperar lo imprevisto, digamos esas sorpresas que te da la vida cuando menos las esperas pero hacía muchísimo tiempo que no me sucedía algo así. Su sonrisa caló mi alma como el hierro con el que se sella al ganado. Yo no reaccioné, me quedé paralizado contemplando ese raro rostro que me sonreía. Me preguntó si se podía sentar conmigo y le dije que si asintiendo con la cabeza. Tenía los ojos almendrados y verdes, la nariz hacía un extraño giro en su dorso, se le veían las encías cuando sonreía y sonreía todo el tiempo de una manera que no había visto jamás. Tenía un abrigo de piel con un gorro al estilo esquimal donde podía ver su cabello recogido y castaño. Me dijo, me llamo Clarissa ¿y tú? Esas fueron sus primeras palabras mismas que no olvidé jamás. Me contó que estudiaba arte en la universidad y que de regreso a casa le provocó sentarse en el parque, algo que nunca hacía. Conversamos hasta la madrugada. Comenzamos hablando del signo de cada quien, de la edad y de esas cosas que parecen triviales pero que son imprescindibles para ir adentrándose en temas cada vez más profundos; me contó de sus viajes al lado oscuro, compartimos nuestros sueños, yo le dije lo que pensaba de la vida y ella me lo fundamentó desde un punto de vista filosófico. Cuando me contaba no se qué de Hume yo sólo pensaba en darle un beso mientras veía sus labios ir de un lado a otro sin parar, ¿que podría pasar ahora? ¡Tembló! poquito pero tembló. De la impresión se colgó de mi cuello y yo la abracé como queriendo decirle, aquí estoy. No se exactamente como pero mi boca se fue de paseo por su mejilla derecha hasta encontrarse con sus labios. Fue el beso más corto y delicioso que he dado en mi vida.
Sin darnos cuenta, en cuestión de minutos, se llenó el parque de personas en pijamas, envueltos en albornoces o en batas y todos hablando de lo mismo, del claro de luz y del temblor. Por mi parte la única luz que me interesaba era la que podía ver en sus ojos y el único temblor que podía sentir era el de mi cuerpo que no dejaba de hacerlo de manera compulsiva e incontrolada.
Después de esa peculiar primera vez sucedieron muchas cosas, fuimos amantes, luego novios, siempre amigos; terminamos, volvimos, viajamos, juntos, separados. Nos terminamos casando, tuvimos dos hijos que hoy amo con locura y les puedo decir que en general, nos ha ido bastante bien. Nuestra receta es que siempre conservamos algo de aquel primer encuentro. Ahora me detengo y pienso lo curioso que puede ser el “como” se dan las cosas, algunas veces, para que un hombre conozca a su mujer.


CARLOS G. B.

No hay comentarios: