" Qué mejor don podía darse en una compañera que el de una mente vivaz, imaginativa, que le ahorrara a uno repeticiones y reflejara el propio pensamiento en una superficie pulida, elegante? Osmond detestaba ver su pensamiento reproducido al pie de la letra -así parecía rancio y tonto-; prefería que ganase frescura en la reproducción, como la letra en la música. Su egocentrismo no había tomado nunca la cruda forma de desear una mujer sosa; la inteligencia de esa dama tenía que ser una fuente de plata, no de barro -una fuente que él pudiese colmar de frutas maduras, a las cuales prestaría un valor decorativo-, de suerte que la conversación pudiera ser para él algo así como un postre servido. En Isabel encontraba la calidad argéntea de esa perfección; podía tocar en aquella imaginación con los nudillos y hacerla resonar. "
HENRY JAMES
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