lunes, 20 de diciembre de 2010

VARICOCELE


Ayer llovió, así que el Cerro Ávila hoy estaba un poco más verde, más lejos de Caracas, más ancestral. Repasaba en mi cabeza el caso que tenía que operar mañana y si hubiese algo que yo no supiese al respecto, tomando en cuenta que se trataría de una intervención que no hago con frecuencia. Lo mejor sería llamar al Cutandismo ilustrado y preguntar. De pronto, sin terminar de pensar en el varicocele, una visión me hizo pensar en otra cosa. Está visto que en el proceso del pensar, en ocasiones, se abren caminos neuronales que permiten disociar la mente aunque sea sólo por instantes. Que bueno es toparse con alguien por el camino y saludar para recibir de vuelta una cariñosa respuesta. Mis dos amigas venían de frente. Dos señoras que a juzgar por su parecido debían ser hermanas. − Buenas −. Digo yo. − Hola ¿Qué tal? −. Me responden con una mueca simpática. Yo sonrío y para mi sorpresa, una me interpela. Este contacto del tercer tipo nunca había sucedido antes y es que siempre me las consigo subiendo − ¿Por qué se sonríe? − A lo que contesto con seriedad facial: − Perdonen, pero no han escuchado ese viejo adagio que reza “el que se ríe solo, de su picardía se acuerda” Creo que tal dicho aplica muy bien para este caso −. La respuesta de ambas se manifestó en forma de ligeras carcajadas emparentadas que hicieron aún más agradable el instante. Y les dije: − Señoras, me encanta saludar a las personas que me son gratas y además tengo la manía de dar la bendición, claro, en determinadas circunstancias y no a todo el mundo −. − ¿Y a quién le das la bendición? −. Preguntó la más bajita de las dos. − Interesante pregunta. Tampoco saludo a todo el mundo. Creo que bendigo a las mismas personas que saludo y viceversa. Tengo que sentirlo −. Satisfechas y contentas me dijeron − ¡hasta luego! −. Cada quien continuó su camino. La cuesta empinaba.
Ciertamente no recordaba con precisión porque me sonreí pero de ningún modo podía arruinar la tarde de tan simpáticas señoras hablándoles de un varicocele.
Otra pareja, esta vez un hombre y una mujer, el primero delgado y pelón, la segunda piernona al estilo de los paquidermos, es decir, piernas gruesas desde arriba hasta abajo, comentaban las diferencias de vivir en un apartamento o en una casa. El hombre no soportó, por ejemplo, que al vivir en un apartamento toda la vecindad se enterase del tipo de baldosas que usó para cambiar el piso que por supuesto, no fueron de mármol, porque siendo así no le hubiese dado tanta importancia al hecho. La mujer alegaba que buscaba mudarse a una casa porque toda su vida había vivido en una, pero su presupuesto la obligaba a casas más hacia los suburbios y eso no le agradaba mucho que se diga. Ambos estaban de acuerdo en que no se podía incurrir en el error de mudarse a casas tipo townhouses o casas muy pegadas unas con otras. Abducían que la relación con los vecinos inmediatos, al ser más íntima, podía ser aterradora. Pensé que los podía adelantar ya que los vi mayores y vulnerables.
Arriba, relajado, después del ritual con el chorrito de agua, las manos, la cara, el pelo y la lengua, me senté y llamé al Cutandismo ilustrado. Tardó en contestar pero contestó. Después de los saludos y de ponernos, sin detalles, al día, le dije: − Te tengo una pregunta técnica − ¿Una pregunta técnica? − Respondió extrañado. − Sí. ¿Cuándo operas un varicocele ligas todas las venas, como hacíamos en el postgrado, o sólo algunas? −. − Ummmh, esa es una muy buena pregunta. Liga solo las anteriores y no te metas con las que acompañan al deferente, así evitarás problemas. No esperaba más y no esperaba menos del Cutandismo ilustrado. También me dijo que le encantaba saber de mi a lo cual yo dejé filtrar algo de cariño. La conversación en general fue agradable.
Definitivamente fue mucho mejor que consultarlo en Internet.


CARLOS G. B.

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