martes, 28 de diciembre de 2010

EXPERIMENTO


Me senté con el cuaderno al frente a ver si escribía algo que se pareciera a una carta de amor; me dio pereza pero quise justificarlo. Analicé la situación. En ese momento le di chance al destino de montarse sobre mí, le di una oportunidad. En breve entraron por la ventana las notas graves de un saxo, venidas sabrá pepe de donde, ¡Qué diabólico instrumento es el saxo! Uh, craso error. Por un lado la pereza y por el otro el cliché, las obligaciones. ¡Qué pereza!
Lo que siempre digo, o le haces caso a lo externo o a lo interno. No se confíen que no es tan fácil como parece: no hablaremos de lo externo, ¡Por favor! Pero si de lo interno. Por ejemplo, tenemos lo interno-externo, andrógino, ambiguo; lo interno-cliché, casi como lo anterior pero sin ser tan propio; lo interno-ideológico, muy cuadrado; lo interno-seductor, un espécimen simpático que en ocasiones puede resultar estereotipado y simple pero que esconde tras de sí una necesidad casi siempre interesante a otros (lo que lo hace un interno verdadero que es distinto a un verdadero interno) y si no, al menos siempre tiene una historia que contar. El interno-meditativo o también llamado contemplativo, yoguista culero y untuoso, como decir la nata o la lata, da igual. El interno-green, ecológico, naturalista. Y así podemos pasar la noche entera mencionando tipos y subtipos de internos, el interno-maricón, el interno-esquizofrénico, el interno-lobotomizado, etc, etc, hasta llegar cruzando por una acuarela de interminables matices hasta lo sublimemente interno. No podríamos acabar en otro lugar.
¡Pamplinadas!, y es que al final lo digo yo, si te das cuenta, todo termina siendo o blanco, o negro.

KiKi Patiño

CRÓNICA DEL PRIMER ANTE-BESO


Siento el bao de su aliento humedecer mis labios. Si los labios tuviesen pelos nos haríamos cosquillas en este momento. Que maravilla son los labios, no tienen pelos y son tan suaves y carnosos que antes de que suceda puedo imaginar lo eléctrico de un beso. Sus labios están entreabiertos, sus ojos cerrados. Es igual porque a estas distancias es poco lo que se puede ver, a demás, al cerrarlos concentro todo mi potencial en mis labios, esos que esperan tocar los suyos tan pronto como pueda atravesar esas finas capas de aire que como cortinas invisibles me separan de los suyos. Su aliento, lo puedo oler y me gusta. A punto de traspasar la última o tal vez la penúltima capa laminar de aire que marca una distancia entre sus labios y los míos, comienzo a sentir esa energía que supongo irradia la congestión de nuestros deseos, toda ella, concentrada en nuestros labios; a penas en ese momento que quisiera no acabase nunca. El primer beso. La excitación tergiversa los verdaderos placeres. Ese único momento antes de que se consume ese primer contacto labial y orbicular. Hace ya rato que la visión doble quedó atrás. Hace aún más tiempo que mis brazos la contienen. El momento al que me refiero no se compara a ningún otro y culmina en el preciso instante que ambas bocas se juntan y antes de apretar y chasquear los labios, apenas se presienten.


CARLOS G. B.

lunes, 20 de diciembre de 2010

VARICOCELE


Ayer llovió, así que el Cerro Ávila hoy estaba un poco más verde, más lejos de Caracas, más ancestral. Repasaba en mi cabeza el caso que tenía que operar mañana y si hubiese algo que yo no supiese al respecto, tomando en cuenta que se trataría de una intervención que no hago con frecuencia. Lo mejor sería llamar al Cutandismo ilustrado y preguntar. De pronto, sin terminar de pensar en el varicocele, una visión me hizo pensar en otra cosa. Está visto que en el proceso del pensar, en ocasiones, se abren caminos neuronales que permiten disociar la mente aunque sea sólo por instantes. Que bueno es toparse con alguien por el camino y saludar para recibir de vuelta una cariñosa respuesta. Mis dos amigas venían de frente. Dos señoras que a juzgar por su parecido debían ser hermanas. − Buenas −. Digo yo. − Hola ¿Qué tal? −. Me responden con una mueca simpática. Yo sonrío y para mi sorpresa, una me interpela. Este contacto del tercer tipo nunca había sucedido antes y es que siempre me las consigo subiendo − ¿Por qué se sonríe? − A lo que contesto con seriedad facial: − Perdonen, pero no han escuchado ese viejo adagio que reza “el que se ríe solo, de su picardía se acuerda” Creo que tal dicho aplica muy bien para este caso −. La respuesta de ambas se manifestó en forma de ligeras carcajadas emparentadas que hicieron aún más agradable el instante. Y les dije: − Señoras, me encanta saludar a las personas que me son gratas y además tengo la manía de dar la bendición, claro, en determinadas circunstancias y no a todo el mundo −. − ¿Y a quién le das la bendición? −. Preguntó la más bajita de las dos. − Interesante pregunta. Tampoco saludo a todo el mundo. Creo que bendigo a las mismas personas que saludo y viceversa. Tengo que sentirlo −. Satisfechas y contentas me dijeron − ¡hasta luego! −. Cada quien continuó su camino. La cuesta empinaba.
Ciertamente no recordaba con precisión porque me sonreí pero de ningún modo podía arruinar la tarde de tan simpáticas señoras hablándoles de un varicocele.
Otra pareja, esta vez un hombre y una mujer, el primero delgado y pelón, la segunda piernona al estilo de los paquidermos, es decir, piernas gruesas desde arriba hasta abajo, comentaban las diferencias de vivir en un apartamento o en una casa. El hombre no soportó, por ejemplo, que al vivir en un apartamento toda la vecindad se enterase del tipo de baldosas que usó para cambiar el piso que por supuesto, no fueron de mármol, porque siendo así no le hubiese dado tanta importancia al hecho. La mujer alegaba que buscaba mudarse a una casa porque toda su vida había vivido en una, pero su presupuesto la obligaba a casas más hacia los suburbios y eso no le agradaba mucho que se diga. Ambos estaban de acuerdo en que no se podía incurrir en el error de mudarse a casas tipo townhouses o casas muy pegadas unas con otras. Abducían que la relación con los vecinos inmediatos, al ser más íntima, podía ser aterradora. Pensé que los podía adelantar ya que los vi mayores y vulnerables.
Arriba, relajado, después del ritual con el chorrito de agua, las manos, la cara, el pelo y la lengua, me senté y llamé al Cutandismo ilustrado. Tardó en contestar pero contestó. Después de los saludos y de ponernos, sin detalles, al día, le dije: − Te tengo una pregunta técnica − ¿Una pregunta técnica? − Respondió extrañado. − Sí. ¿Cuándo operas un varicocele ligas todas las venas, como hacíamos en el postgrado, o sólo algunas? −. − Ummmh, esa es una muy buena pregunta. Liga solo las anteriores y no te metas con las que acompañan al deferente, así evitarás problemas. No esperaba más y no esperaba menos del Cutandismo ilustrado. También me dijo que le encantaba saber de mi a lo cual yo dejé filtrar algo de cariño. La conversación en general fue agradable.
Definitivamente fue mucho mejor que consultarlo en Internet.


CARLOS G. B.

domingo, 19 de diciembre de 2010

EL BESO


Recuerdo la primera vez que vi a Johana de manera diferente. Allí estaba frente a mí, sus piernas descubiertas bajo una minifalda azul me mostraban unos bruñidos muslos que comenzaron a perturbar mi entendimiento de una manera que nunca había vivido. De la nada se agachó a hacer no se que y tuve una imagen conturbadora al extremo. Pude ver un pedacito triangular de tela de un blanco impoluto que adquiría una forma convexa y sombreada mientras se arrebujaba al contornear por el centro sus redondeadas e incitantes nalgas que apenas, lateralmente, asomaban. El instante duró más de lo que pudiese pensarse como normal. La verdad es que desde mi punto de vista fue como si el tiempo se hubiera detenido y ya Einstein explicó que esto es factible. Irremediablemente fui arrancado drásticamente de mi momento de éxtasis cuando Alfredo colocó de un golpe seco su mano izquierda en mi hombro mientras me daba un trago y me decía – lo está haciendo a propósito – .
La casa de los Fernández cuenta con dos amplios jardines, uno adelante y otro atrás que se comunican por un costado señoreado por una mata inmensa de mamón, todo el perímetro se encuentra rodeado por un muro vegetal conformado por ese tipo de arbusto que se corta dándole formas, a veces caprichosas. En fin, nos encontrábamos en el jardín posterior celebrando el cumpleaños de Luis Fernando (Fernández), un tipo alto y narizón que casi siempre se vestía con bragas de blue jean, hasta en su propio cumpleaños. Rigoberto me miró con una sonrisa delatora de perversidad y Víctor subía y bajaba las cejas mientras se mordía los labios de una manera que no me gustó. Mariano, que siempre se me adelantaba en todo, se acercó a Johana que para ese momento se encontraba de pie y cagada de la risa, acompañada de Amelia y Marta, quienes sonreían con picardía. Yo dejé caer en la grama mi cordura y el vaso que Alfredo había puesto en mi sudada y parkinsoniana mano. Cuenta me di de lo que tendría que enfrentar de ahora en adelante, de que la vida no iba a ser fácil, que tendría competencia y que desde este instante, una a una, solo iría sumando razones en la vida para no dormir. Había encontrado algo terriblemente intenso y sobrecogedor: el gusto embrujador hacia las hembras de la especie. Los mayores se encargaban de la parrilla entre una niebla de humo y whiskies a la vez que conversaban de un tal candidato Piñerua. Yo me fui a servir otro trago de Kolita. Tendría para ese entonce unos siete u ocho años.
Los descubrimientos no cesaron ahí. El fuego de la parrilla se reinventaba con la noche, los adultos hacían de su conversación algo cada vez más ecléctico mientras yo no podía barrer de mi cabeza aquella visión que para mí desasosiego se había quedado prendada en, ya para entonces, mí obsesiva memoria . Me encontraba sentado en un columpio cuando Alfredo se me acerca con una sonrisa diabólica desdibujada en su pecoso rostro pelirrojo y excitado me dijo – Marcos, Marcos, tú le gustas, me lo dijo Amelia, ¡tú le gustas! Y quiere que le pidas empate – ¿Qué le pida qué? –. Dije yo sintiéndome como si un enjambre de enardecidas abejas africanas me envolviera, cubriendo mi cuerpo de infinitos y diminutos aguijones. – Empate, empate, que le pidas empate –.
Descubrí ese día que me gustan las mujeres, descubrí la pasión que se puede sentir por ellas y descubrí que ellas también pueden sentir eso mismo por uno. Lo que no tuve muy claro es que podía hacer yo con toda esa información ¿Qué haría ahora con esa pesada responsabilidad? En ese momento deseé que ocurriese un terremoto, que se abriera una enorme grieta en aquel cálido jardín y que la tierra me devorara y me sacara de ahí para siempre, estaba aterrado. Obviamente nada de eso sucedió y la realidad me cayó como un deslave vargasiano cuando Johana se me acercó. Primero me vio en la distancia y como la Gorgona, me petrificó; caminó lentamente hacia mi mientras yo miraba hacia los lados como buscando una razón X que motivara su acercamiento. Paso a paso, cada vez más segura se plantó frente a mí viéndome desde arriba, era más alta. Me tomó por los cachetes que parecían dos manzanas rojas y flácidas y me estampilló un besito en la boca, se sonrió, se despidió y me dijo mirándome a los ojos: – nos vemos mañana –. Yo empecé a levitar y desde arriba vi a un enfurecido y puntiforme Mariano haciéndome un gesto amenazante con el puño; me supo a gloria. Me seguí elevando hasta que desaparecí por encima de las nubes y me puse a la altura de los satélites, los cuales giraban en una coreografía que me recordaba al Baile de los Cisnes. Esa noche, como comprenderán, no dormí un carajo.
Mis amores con Johana duraron dos semanas, quizás menos pero eso sí, fue lo más intenso que me había tocado vivir hasta entonces. Recuerdo que una vez, después de haber escuchado un truculento cuento del mismísimo Rigoberto, ese enano que reencarnaba a la perfección esos diabólicos polimorfos freudianos, me enteré de la existencia de un tipo de beso especial mediante el cual uno tenía que introducir su salivosa lengua en la boca de ella. Lo hice con Johana, ¡Lo hice!; La besé con la boca cerrada, saqué mi lengua y la insinué entre sus rojitos labios. No recuerdo bien cuál fue su reacción pero tengo la impresión de que para ambos la sensación fue la de dibujar un gigante signo de interrogación sobre nuestras cabezas. Fue mi primera innovación desde mi reciente comienzo en el arte amatorio y a la cual no me hubiera atrevido sino hubiese sido por Johana.
Sin saber en realidad porque, dejamos de vernos. Yo volví a mis Legos y ella a sus Barbies, supongo. Lo cierto es que pasaron dos años más hasta que por razones del trabajo de mi papá nos tuvimos que venir a la capital. Dos años que transcurrieron entre árboles, bicicletas y fósforos. Alfredo, Rigoberto y yo, después de la escuela, nos la pasábamos quemando cosas en tejados de casas abandonadas y si no, dando extensos paseos en bicicleta por aquel tranquilo campo petrolero en lo profundo del oriente venezolano donde, eventualmente, éramos emboscados por Mariano quien nos retaba a alguna carrera que siempre ganaba él; a mí no me importaba, yo me había llevado el beso de Johana, cosa que nunca superó. Durante aquel tiempo, Johana y yo, no volvimos a besarnos, apenas intercambiábamos las palabras necesarias para una sana convivencia colegial y poco más. Lo que si hacíamos era cruzar miradas, pocas la verdad, pero suficientes para trasmitir cierta complicidad que había nacido entre nosotros. Más nunca supe de ella, amén, de lo que mi memoria atesora: aquel beso.


CARLOS G. B.

lunes, 6 de diciembre de 2010

ERES


Un deseo hecho delirio
Un corazón detenido
Un disparo a la luna
Una cama vacía
Unos ojos que te buscan
Unas manos que te tantean en silencio
Un sinsentido que busca explicarse
Una noche sin final
La posición perfecta
El sueño que nunca tuve.

No duermo aún,
Sólo te pienso.
Carlos G. B.

jueves, 2 de diciembre de 2010

ORGASMATIC VERITAS


Y si todo es verdad
cuando tocas mis partes frías
y siento la lluvia caer sobre mis enrojecidas escleras
más no te puedes entregar, no se
si es verdad
¿Tengo los labios pintados?
No amor mío
Acaso alguna escarcha esparcida
Una que otra por ahí
No sé que piense Hefaistos sobre las vírgenes
Ciertamente yo guardo mi propia opinión
Algo como bailar sobre conchas al mar
con las estrellas guardando el secreto
en ese espacio cuadrado y recto que es la verdad
Ese orgasmo único y explotado
Si es verdad, si todo es verdad
Donde queda la mentira ?

Carlos G. B.