miércoles, 1 de julio de 2009

YO NO QUIERO SER PODEROSO


Yo no quiero ser poderoso, no me interesa.
¿Por qué buscar algo que no sé apreciar? Que no necesito.
El poderoso siempre llegará a lugares donde habrá poderosos, más poderosos.
Eso lo lleva muy mal.
En el fondo será un pelafustán o a lo sumo, será lo que no es.
El que lo intentó, tal vez fue feliz.
No lo sé.
A mí el poder no me quita la vida.
Tampoco se la voy a ofrecer.
Entonces, ¿Para qué ser poderoso?
Prefiero sentarme y esperar,
desarrollar raíces que penetren hondo,
permanecer inmóvil, quieto, rodeado de horas y rumores.
Darme cuenta que entre noche y día, la diferencia no es la luz.
Que mi crono es más largo de lo que yo creía.
No cambiar el baño diario del rocío pero intercambiar el conocimiento delirante
que discute, desde hace bastante tiempo, el viento entre mis ramas.
Yo, en esencia, me alimento del sol.
La vida transcurre y sigo con ella.
Mucho no me importa a donde voy, así no le temo a la muerte, y eso es un peso menos con el que andar, porque siempre se carga algo.
No espero el fin, no me preocupa, es sencillo, no será mi fin sino el de todo.
En esas condiciones el tiempo deja de ser una línea
y pasa a ser un vaho recostado en algún espejo de plata,
como la memoria de un beso, un beso atemporal.
Y en ese momento de conciencia sublime,
cuando mis raíces sueltan amarras y con las manos estiradas casi alcanzo una estrella,
el poder , me tala, cosa que me fastidia en demasía.
Es el poder con todo su poder.
Me inunda de cuentos chiflados, banderas y sueños con estática.
Me dice que hay un fin por el que DEBO existir, pero yo no le creo, desconfío.
Insiste, a pesar de mí oposición y me altera.
Le respondo:
Si fuera poderoso no sería yo, o al menos, un pelafustán sería.


Carlos G. B.

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