miércoles, 21 de enero de 2009

NINGÚN DISCURSO


Ningún discurso, por interesante que se suponga, debe sobrepasar nunca los ocho minutos, pues tal es el tiempo que tarda la luz en llegar del sol a la tierra. Después de ocho minutos todo lo estamos viendo bajo una luz diferente, de modo que más convendría callarse y meditar en otro asunto.


EUGENIO MONTEJO (El cuaderno de Blas Coll. Fragmento)

lunes, 19 de enero de 2009

BOGOTÁ


Cierras el espacio en amplias avenidas, grandes aceras.

Las personas se tapan la nariz y dicen que hueles a mierda,

unos están al sur y otros al norte.

Tu gente no deja de observarme y yo, me regocijo en ello.

Me canso en tus carreras, eres tu Bogotá,

un tanto más cerca del cielo

pero igual en el infierno.
CARLOS G. B.

sábado, 10 de enero de 2009

ENAMORADA


Yo creo en el amor. Sólo, cuando estoy enamorada.


KiKi PATIÑO

AMORES A PRIMERA VISTA


A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. "Claro que si -me dijo-. Los imposibles son los otros".


GABRIEL GARCÍA MARQUEZ (El avión de la bella durmiente. Fragmento)

viernes, 2 de enero de 2009

ESCRITORES EN CRÍSIS


Hubo una vez que cierto número de escritores muy conocidos dejaron de escribir. Preocupados por la parvedad de imágenes literarias se congregaron para tratar sobre el asunto. Después de divagar durante días entre los posibles motivos que condujeron a tan terrible situación, decidieron pautar una serie de asambleas que a modo de tertulias tendrían a buen fin propiciar conversaciones de altura, de las cuales esperaban, emanarían las anheladas ideas. Con el fin de enriquecer aún más el nivel de estas reuniones, invitarían a intelectuales que oportunamente seleccionarían.
Pasaron los meses y ninguno de ellos parecía lograr nada positivo de estos arreglados conclaves. Ya en los últimos encuentros el ambiente era de tensión y frustración; en vez de charlas generosas en motivos inspirativos lo que se escuchaba eran debates que con frecuencia tornaban a meras griterías de bajo y soez nivel.
Exacerbaba su malhumor el hecho de que escritores ajenos a su grupo, muchos de ellos casi desconocidos, lograran publicar sus obras aunque fuera solo en revistas marginales. Consideraban a estos como advenedizos poco inteligentes y se enfurecían cuando los entrevistaba algún periodista o eran galardonados con alguno que otro premio independiente.
En la última reunión, el grupo acordó constituir una asociación civil de escritores que como un sindicato, se encargaría de defender los intereses del mundo de las letras.
En un acto cargado de pompa y boato se redactaron los principios que definirían a un verdadero y real escritor. Se establecieron los cánones que reglarían, de ahora en adelante, al mundo literario. Una de estas normas establecía la necesidad de exigir a todo aquel que se llamara así mismo escritor, una licencia para escribir.
El siguiente paso era obtener el carácter de ley para sus premisas; para ello nombraron una comisión que se encargaría de establecer el enlace pertinente con la oficina del Gobierno responsable de tales asuntos.
Una vez concretada la audiencia, dicha comisión fue recibida por un alto funcionario del Ministerio de la Cultura, quien después de estudiar sesudamente las propuestas dijo estar de acuerdo en todo, aún así, sugería agregar como requisito indispensable para obtener la controversial licencia, la evaluación por parte de funcionarios del Ministerio de al menos tres obras inéditas escritas por el solicitante para tal fin. Esto causó estupor en el grupo de escritores que con mala cara y sintiéndose defraudados por quienes consideraban debían promover la cultura, rechazaron lo que dieron por llamar un acto de intolerable censura. De inmediato abandonaron el lugar dejando las cosas tal y como estaban.
Desde entonces los escritores utilizan con frecuencia el celebre refrán que algún remoto agorero hiciese popular: “Nadie es profeta en su tierra”.


CARLOS G. B.