Todo mi peso pendula sobre un trocánter y un olecranon, dos cabezas de alfiler trinchadas en un nudo de cuero que cuenta: un mentón en la mano, la mano en un brazo, los pies en el aire.
Ojos esmeralda como fantasmas suspendidos en la superficie refringente que da sentido a cualquier ventana. A esta ofreceré mis días, apenas sin cambiar de posición.
Mirada ancha que abarca la quieta vastedad, después, la cornisa. Desleída indiferencia.
El tiempo sentado a mi lado.
Tejas, historias sobre tejas, cielo, viento, sus partículas, luz, sombras del poniente. Todo frente a mí es vacío al que no voy con preguntas; como si a un nido de pájaros entrase.
Por mis venas sofocadas fluye la infinitorgasmia que recrea la inexistencia en el centro del hongo atómico, durante el primer instante.
Más allá de eso, quietud, el exorcismo a la inversa me hace sonreir
Más cerca, las nubes montan un juego extraño y las luces del alumbrado empiezan a saludar.
El tiempo se marcha y no se despide.
Ojos esmeralda como fantasmas suspendidos en la superficie refringente que da sentido a cualquier ventana. A esta ofreceré mis días, apenas sin cambiar de posición.
Mirada ancha que abarca la quieta vastedad, después, la cornisa. Desleída indiferencia.
El tiempo sentado a mi lado.
Tejas, historias sobre tejas, cielo, viento, sus partículas, luz, sombras del poniente. Todo frente a mí es vacío al que no voy con preguntas; como si a un nido de pájaros entrase.
Por mis venas sofocadas fluye la infinitorgasmia que recrea la inexistencia en el centro del hongo atómico, durante el primer instante.
Más allá de eso, quietud, el exorcismo a la inversa me hace sonreir
Más cerca, las nubes montan un juego extraño y las luces del alumbrado empiezan a saludar.
El tiempo se marcha y no se despide.
CARLOS G. B.