sábado, 30 de enero de 2010

LAS PROMESAS




Esta es la historia de un día que me dediqué a pagar promesas. Una mía y otra de una amiga. La mía tiene 11 años de mora y la de mi amiga bastante menos. La mía fue por algo, digamos, egoísta y la de mi amiga por algo altruista o al menos así me pareció. Primero la más difícil, la mía. No tenía claro donde se encontraba la iglesia de La Milagrosa y dudaba de si aún encontrándola, estaría abierta; y es que una vez fui (cuando la promesa tenía sentido) y la encontré cerrada. El viaje fue particular y salpicado de caos. Llegué y estaba cerrada. Le pregunté a alguien que se encontraba ahí y me dijo que abría en una hora. Me pareció bien esperar. La calle estaba agradable y el día animaba. Di un paseo y llegué a parar al Tercer Mundo, un restaurante chino que por fuera parecía un lupanar y por adentro, el ambiente era familiar. Alguien gritó ¡chino! Y Bruce Lee apareció con las cervezas, que además estaban como orina de narval.
La primera promesa fue cumplida y la verdad es que me sentí muy gusto.
A mi amiga la conocí cuando yo tenía algo así como nueve años. Desde esos días en el colegio nunca más supe de ella hasta ahora que me encontró por casualidad. Llegó a sus manos el primer cuento que me publicaron en una editorial pequeña de Pontevedra y a través del libro, ella llegó a mí. Ese mismo otoño nos tomamos un café en Madrid y fue donde me pidió, mirándome a los ojos, que pagara una promesa por ella en Caracas, su promesa; me comprometí. La iglesia de La Chiquinquirá también se encontraba cerrada y al igual que la otra, abría en una hora. El que trajo las cervezas esta vez fue un portugués receloso a la hora de prestarme su bolígrafo, mismo con el que escribí mi dirección para hacérsela llegar a un antiguo y querido amigo por medio de un italiano que había conocido minutos antes y que sabía como localizarlo. La segunda promesa también fue cumplida.
Ligero de promesas incumplidas, regresé a mi casa pensando en todas las cosas que nos ocurren por casualidad. El día, no hace falta decirlo, fue encantador.

Carlos G. B.