Anteayer encontré un coquito. Lo vi por casualidad, inmóvil en la pared. Era rechoncho y verde, se le veían los ojos y tenía dos antenitas que permanecían muy quietas. No evocó en mi el impulso súbito de aplastarlo con el zapato o de espantarlo, en cambio me dieron ganas de dejarlo en paz, tranquilo. Sentí su compañía.
Ayer, para mi asombro, encontré otro coquito. Atemporal, se encontraba detrás de la pantalla de la lámpara con forma de cucurucho. Posaba extático sus seis patitas en la pared. Lo vi de reojo y me fijé en él. Era diferente porque era otro. Daba la apariencia de ser un bichito místico, de contextura estilizada, por fuera asemejaba estar cubierto con un manto marrón, curtido y austero. Era más pequeño que el otro y de igual forma dejaba ver sus ojos negros que increíblemente, irradiaban confianza. Nunca antes había visto bichos en mi casa y menos coquitos como estos. Se me ocurrió ir a por el gordito verde pero ya no estaba. ¿A dónde fue? No lo sé… Tampoco puedo imaginar como desapareció, pues todo estaba cerrado. Tuve la impresión de haber sido visitado por hadas.
Hoy, llegando a mi casa, encontré todo limpio. Pasé el dedo por la mesa y no había nada de polvo, el piso brillaba y mi ropa, limpia y quieta, colgaba del tendedero. Hasta la cama estaba hecha. La casa, además de limpia, olía muy bien. Otra vez tuve la sensación de haber sido visitado por hadas.
Mañana, al llegar cansado de la calle y de muchas cosas más, al abrir la puerta que marca el umbral de mi casa y antes de encender la luz, veré dos lucecitas volando erráticas en la penumbra. Encenderé la luz y no veré más nada que la realidad. La volveré a apagar y no veré nada, sólo oscuridad.
Sólo en ese momento, convencido diré, estoy siendo visitado por las hadas.
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